lunes, 2 de marzo de 2009

Nuestra literatura, condescendiente y clasista, indica Heriberto Yépez



Presumimos de exquisitez cuando tenemos nivel de Televisa, lamentó el autor

RICARDO SOLIS


El escritor tijuanense Heriberto Yépez estuvo hace días en la ciudad para ofrecer un curso de ensayo en Casa Cortázar y participar en la presentación de una colección (Versus) de Tumbona Ediciones que publica textos de este género. Pero se dio tiempo de, en entrevista, revisar algunas cuestiones relativas a la literatura mexicana y anexas; una conversación ya iniciada en el momento que la grabadora se enciende…

–El discurso literario, entonces, está atrasado ¿no?

–Sí, porque se nos pasa este dato: somos una sociedad tradicionalista que no se da cuenta que lo es. Primer problema. Es decir, ni siquiera reconocemos que somos conservadores. Entonces, el tradicionalismo de la sociedad, por ejemplo, su vínculo con la religiosidad católica, al modelo de familia, va y se refleja en muchas partes y, entre ellas, la literatura que, en México, tiene una estructura ‘familiar’. Thomas Payne, creo, en su libro La edad de la razón, para burlarse de la monarquía, refiere que es tan absurda como pensar que la literatura se puede transmitir de padres a hijos. Payne lo maneja como ejemplo de lo absurdo que resulta lo hereditario, pero lo más absurdo es que la literatura en México es así. Payne no imaginó –quizá– que una literatura fuera así, pero la mexicana lo es…

–¿No será más, en México, un asunto no tanto de padres a hijos sino de linaje a linaje?

–Así se concibe. Aquí se habla de ‘parricidio’. Teóricamente, podríamos pensar que la forma como Octavio Paz piensa la literatura es como una forma ‘estándar’ internacional, y no. El ‘parricidio’ no aparece en las discusiones literarias norteamericanas con frecuencia. Y en nosotros parece algo inmediato. Un escritor joven, se piensa, tiene que cometer ‘parricidio’; incluso se piensa que es una forma de ‘ser crítico’. Eso es una forma patriarcal, y el parricidio tiende a consolidar esa estructura patriarcal y familiar…

–Para nada relacionado con lo que Bloom refiere en The anxiety of influence.

–Para nada, ahí se trata de una cuestión de lectura. El ‘parricidio’ incluye aquí el separarte de tu mentor, del poder que goza políticamente una revista…

–Donde se incluye la promoción y los mecanismos políticos que tienen que ver con ella…

–Y no nos damos cuenta ello. Eso es lo interesante, que no somos conscientes. Es una estructura que se halla en toda la sociedad, no es exclusiva de lo literario. Por eso pienso que la literatura mexicana es fiel reflejo de una sociedad tradicionalista (católica, básicamente). Eso pega en el sexo y pega en la escritura. Hay una estructura común, pues, de cómo nos autodominamos a través de ideas, de prácticas y de estructuras; y en los últimos 30 años se ha reforzado. Por ejemplo, una idea que en México se considere interesante o vanguardista, aquí podemos volver sobre Paz y la ‘tradición de la ruptura’, lo que se escucha muy bien pero, lo que la ‘tradición de la ruptura’ dice es que lo que acabó es la ruptura, que el ímpetu de renovar ha llegado a una especie de cansancio, de fatiga, y que hay que recombinar, lo que él llamaba ‘poesía de la convergencia’. Esto es, ideas que se escuchan teóricamente intrépidas son en realidad eufemismos del tradicionalismo mexicano. Y luego existe otro factor, la estructura de clase de la literatura mexicana, que es muy marcada…

–En todos los niveles…

–Y el escritor no se da cuenta. Es un problema, nuestra literatura tiene una clase social, muy visible, y se estructura de manera clasista. Incluso en el sentido geográfico. Otras literaturas no tienen esa estructura de clase. Es decir, hay varias cosas que no hemos pensado; no hemos sido críticos con nosotros mismos, hemos sido muy condescendientes. Y cuando alguien habla de este problema como algo que hay que atender o discutir, se vuelve objeto de sorna o se le ve como atendiendo a algo ‘políticamente correcto’ o superficial, y no hablamos de eso sino de un análisis, de entender simplemente cómo es la literatura mexicana. Si no queremos corregirla no importa, pero vamos entendiendo cómo es. Entonces, saquemos esto a colación, cuál es su estructura de clase, cómo la misoginia le ha dado forma a la literatura mexicana, y esos asuntos –por ejemplo–, si los toca una mujer, es una feminista loca…

–Elementos que igual pueden funcionar como forma de descrédito para una obra literaria…

–Sí. Y, además, actualmente la literatura mexicana no es de mucha calidad. Esta literatura se está formando por la ‘angustia de estilo’ del escritor. La consigna del escritor mexicano parece ser ‘escribir bien’, lo que tampoco es usual en otras literaturas. Por ejemplo, aquellas en las que se es escritor porque se tiene ‘algo que contar’. Aquí, el énfasis se coloca en si un texto está ‘bien escrito’. Y eso ¿qué significa? ¿Que se tiene una prosa influida por Borges, Reyes o Paz? ¿o Lezama? Y es –precisamente– en no ser ‘sobreliterario’ como se innova la literatura, porque salen tus otras influencias de lenguaje, el de la familia, la ciudad, los medios; así, la página literaria se ve alimentada de otras cosas. Y en México parece que primero vemos cómo se hace en otras partes y así procedemos. Se hace así porque hay una angustia de que si la página no es ‘sobreliteraria’ va a ser desacreditada, vista como si fuera ‘amateur’. Y eso es la mitad del problema en México. Siempre lo planteo así: hubo un momento en México en el que hubo dos modelos de literatura, Alfonso Reyes y José Vasconcelos. Reyes representaba el formalismo, el estilo, y Vasconcelos las ideas y –en cierto sentido– una prosa no muy cuidada, pero es falso que eso lo vuelva mal escritor (que no lo es, tiene cosas muy brillantes; y tiene ideas, lo que no tiene Reyes). Al optar entre estos dos modelos, la literatura mexicana se fue hacia el modelo alfonsino.

–¿Por una cuestión de prestigio?

–Claro. Incluso por el problema que significa para Vasconcelos su periodo nazi…

–Como una forma de castigo político (del que fue objeto también, en cierta medida, Borges)…

–Exacto. Aunque a Vasconcelos le fue peor.

–Pero, en este panorama, ¿hay señales de cambio?

–Sí. Han ido entrando –lentamente–, en el discurso literario del centro del país, otras perspectivas. Que no necesariamente son mejores. Dicho en directo, se han dado cuenta que en el norte del país hay otra literatura, que piensa de otra manera. Y ya dejaron, en buena medida, la idea de que el norteño no puede ser buen escritor. Hasta hace poco tiempo me había topado con comentarios que sólo reflejaban ignorancia, fundamentados en una visión provinciana y centralista, de quien se asume como ‘superior’. El norte ha influido ya en el discurso de la ciudad de México. Por otro lado, está el problema del lector/público, su tradicionalismo, pues concibe la literatura como espectáculo de feria, como un show televisivo…

–De hecho, algunas ferias de libro parecen organizadas con base en esa noción…

–Y, por ejemplo, la petición automática es ‘sangre’, ocurrencias, diversión…

–¿Para la ‘gran familia lectora mexicana’?

–Y, luego, ¿por qué el espectáculo es conservador? Porque lo que se busca es reír, salir ileso. Esto es, no se quiere que el escritor toque algo que el público sienta como alusión, quieren un show entre escritores, quieren ver que se peleen, no les interesa que se propicie un diálogo que puedan continuar acerca de nuestra estructura común. Porque sería ‘muy serio’. Quieren algo como lo que ven en televisión pero no conciben así. Tal vez porque frontalmente serían anti-Televisa, cuando somos Televisa. Ese es otro gran problema, tenemos por una parte una literatura que se pretende exquisita y, por otra, un país de nivel de Televisa, que cree que la función pública del escritor es decir chascarrillos o frases malévolas o desacreditarse ante ellos. No hay momento que el público aplauda más que cuando el escritor se desacredita ante ellos. Parece como si quisieran confirmar que puede haber identificación, que no hay diferencias intelectuales entre un sector de la sociedad y otro, que todos somos idiotas, que somos una sociedad del chiste, del humor fácil. Y cuando eso se rompe, las cosas son aburridas, se dice ‘no le entendí’…

–Por tanto, ‘no pongo atención’…

–Eso, y se dice ‘no es escritor’, ‘me frustró’ o ‘me decepcionó’. Entonces, muchos escritores, creo, están cayendo en la trampa de seguir esa lógica. De hecho, es muy interesante, de algunos años a la fecha, la petición formal de algunos encuentros literarios es ‘no escriba nada’. Parece que fuera momento de escuchar. Es parte de la profesión (además de escribir) aventarse dos horas de escuchar personas leyendo sus textos. No se trata de que sea placentero, pero es parte de la profesión…

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