sábado, 6 de junio de 2009

¿Democracia o tan sólo votos?

¿Usted sabe quién es el diputado de su distrito? ¿Sabe en cuáles leyes, que a usted le perjudican como causante o ciudadano, ha levantado la mano para aprobarlas? ¿Como su representante, alguna vez lo ha consultado a usted para tales propósitos? ¿O en alguna ocasión le ha informado en su distrito sus actividades o propuestas o quehacer legislativo? ¿Sabe usted los antecedentes de quien se postula para presidente de su municipio?, ¿Conoce su historial político? ¿Sabe a qué grupo de interés responde? ¿Conoce cómo se ha desempeñado en cargos anteriores? ¿Conoce cuáles son sus propuestas o planes para los problemas que le aquejan en su fraccionamiento, colonia, ciudad? ¿Sabe usted si se compromete con cuestiones tan simples como la revocación de mandato (que pueda ser removido si no da el ancho) o la revisión y ajuste de los escandalosos sueldos, premios, incentivos, y bonos que se regalan? ¿Conoce usted qué tanto conoce el aspirante a presidente municipal los problemas que le aquejan a usted, simple ciudadano, como por ejemplo el de la pobreza y el desempleo?, ¿o de las corruptelas y atropellos que se registran bajo la jurisdicción municipal?, ¿de su disposición concreta para erradicarlas? ¿Le ha exigido como ciudadano a diputados o presidentes municipales que cumplan con sus obligaciones? ¿O simplemente se ha encogido de hombros mirando para otra parte?

Todo lo anterior tiene que ver con eso que llamamos democracia, de manera abstracta y a veces vaporosa, por inasible.

Nuevamente, como surgidos de la nada tenemos una legión de personajes que piden nuestro voto, que solicitan que vayamos a votar, para así, en un acto ritual, encumbrarlos como los burócratas que mañana ni nos verán ni nos oirán, que nos humillarán y atropellarán, altivos y ocupadísimos con la vista puesta en la siguiente elección, el nuevo escalón partidario, la siguiente alianza política, el siguiente cargo. Y todas sus acciones estarán encaminadas a tan altos fines; y sus esfuerzos, y sus cálculos, y la aplicación de millonarios presupuestos no tendrán más destino que lo anterior. ¿Le suena todo esto? ¿Puede repasar en mirada retrospectiva cada una de las cosas hasta aquí dichas?

Dice el refrán que “tanto peca el que mata la vaca como el que le amarra la pata”. Cuánto hemos pecado como votantes, como ciudadanos desaprensivos. Cuánto hemos permitido la impunidad y el cinismo con nuestra pasividad. Con cuánto hemos contribuido a este país de mentiras, como lo califica Sara Sefchovich en su imprescindible y célebre libro. Ahora podemos ejercitar el voto de castigo contra la ineficacia… y el cinismo.

En el 2000 nos engañaron con el “voto útil” y nos fuimos felices a nuestras casas pensando que ahora sí sería diferente, nos desentendimos de la tarea democrática. De actuar como verdaderos ciudadanos que se involucran y exigen, que vigilan y se comprometen, que proponen y cejan en sus propósitos. Creímos que los actos de buena fe de nuestros políticos serían la enorme chistera de la que saldría el milagro democrático, prescindiendo justamente de la participación ciudadana informada y responsable. En el 2006 nos atemorizaron con el “ahí viene el lobo”, y mansos permitimos que indujeran el voto a favor de quienes se decían salvadores de un desastre que justamente nos han asestado. Y nuevamente la parálisis, el temor, la confusión, la llamada guerra sucia, el espoteo a mansalva, la revelaciones intencionadas, lo escándalos reciclados una y otra vez. Los mismos personajes, la misma clase política, los mismos vicios del sistema electoral.

¿Alguien dijo que la tarea democrática es tan sólo el ritual electoral de vez en vez, y todos a la contemplación de más de lo mismo, con tan sólo quejas, chistes y maldiciones que ofrecer?

La tarea democrática empieza en esta coyuntura, por informar, por sacudir la modorra, por exigir la mayor transparencia y conocimiento acerca de los perfiles de los candidatos, por solicitar a muchas voces que haya debates de propuestas, de ideas, de compromisos. Por solicitar una y otra vez que los medios de comunicación no sean ni jueces ni parte bajo tarifa, en el tapete de los dados cargados. Por buscar que las autoridades electorales cumplan con la ley. Que los ciudadanos puedan vigilar y resguardar la transparencia del voto. ¿Nuestra fatiga vitalizará una vez más la inercia?

El voto puede ser instrumento de castigo o de complacencia hacia lo que nos agravia y despierta nuestras quejas y desesperanza. Por eso es importante reflexionar lo que haremos con él, teniendo en mente que el enojo, la decepción ciudadana, son inobjetables y plenamente justificados, pero la táctica puede resultar ineficaz. Los partidos están en su peor momento, ¿y la sociedad?

Toda generalización por definición es abusiva. Decir que todos los políticos son malos no es exacto, lo hay peores. Por eso no se puede hacer tabla rasa en condiciones concretas, en momentos concretos, con personas concretas. Hay políticos profesionales, los hay amateurs, hay quienes gozan de reconocimiento en su persona y en su quehacer forjado –en algunos casos– en la lucha social o ciudadana. No se puede establecer una descalificación injusta. Habrá que revisar perfiles y antecedentes. Y sobre todo, la congruencia entre los hechos y los dichos. La gran tarea es dignificar la política y apropiarse de ella sin concesiones para los ciudadanos y las ciudadanas.

Suponer que el sistema político que padecemos se derrumbará con tan sólo un publicitado desaire el día de la votación, no sólo es iluso, sino intrascendente.

Se ha repetido hasta el cansancio que la principal debilidad de la propuesta de ir a las urnas a anular el voto es dejar a los que sí votan (es decir, el voto duro) la decisión de cómo se integrará la representación popular y las autoridades. ¿De qué está hecho el voto duro? De militantes, de simpatizantes, de amigos y parientes, de parientes de los amigos y de amigos de los parientes, y, una parte significativa, de quienes cuidan la chamba o el cargo, y temen termine el generoso sistema de riego del amiguismo y el contratismo.

El desencanto es real, extendido, crece enfurecido, tiene que ver con la frustración diaria y con el incierto panorama en varios terrenos: la tasa de crecimiento de la economía, el empleo, la falta de oportunidades frente a la escandalosa ostentación de lo mal habido, la inseguridad, la corrupción, el abuso del poder.

La gran pregunta es cómo se va a reformar la vida política nacional con la realidad de los partidos, los congresos, las presidencias municipales realmente existentes, y sin las ausentes e idílicas instituciones de democracias más avanzadas. ¿Nuevamente dejando que otros decidan por nosotros y sentándonos a esperar que pase el cadáver del sistema político que no soportamos, pero eso sí, con el secreto triunfo de que anulamos el voto?

Responsable de la publicación: José Fernando Estrada Godínez, encargado de comunicación Social del Parlamento de Colonias de la zona metropolitana. Correo electrónico eg_fernando@hotmail.com o el teléfono 32- 88- 21- 68.

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